Algunos ya lo sabrán, pero mi afición número uno del mundo mundial no es ni tocar el cuero de los sillones ni jugar a videojuegos: es leer manga. Danganronpa era el juego que, a mis catorce años, hubiera disfrutado como una enana. No nos engañemos: a mis diecinueve años lo seguí disfrutando, pero había algo que fallaba: envuelto en un misticismo exótico al haber sido un juego que deseé durante mucho tiempo por ser exclusivo de Japón, sumado a las críticas exageradamente positivas propiciadas por un microcosmos de fans locos del anime over the top... no sé. Danganronpa estaba bien y lo disfruté mucho porque me encantan los juegos fáciles, que no tenga que hacer ningún esfuerzo físico o mental para disfrutarlos, así que me entró de maravilla. De la misma forma en la que me quejé sin fin sobre Life is Strange pero, sin embargo, me veo totalmente atraída por juegos así. ¡Es que es tan sencillo ponerse! La cuestión es que medio planeta insistía en que Danganronpa 2 era increíble, pero como también lo decían del primero y a mí sólo me pareció que estaba aceptable... uf, qué pereza. Primero no tenía Vita, luego salió en PC pero qué palazo, luego ya tenía Vita pero a ver si lo rebajan... y llegaron las navidades de 2017. Cinco añazos después de terminar la primera entrega (¡el tiempo vuela!), Danganronpa 2 llegó a mis manos a través de un regalo, y he de venir aquí a comerme mis palabras. Ojalá todas las secuelas fueran así.



⬆